El historiador Edward Gibbon escribió en Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano que el declive de un sistema suele ir acompañado de una pérdida progresiva de las virtudes que lo han caracterizado. Es decir, que si quieres acabar con algo, primero cárgate sus puntos fuertes. No es ningún secreto que el tiempo de Europa se está acabando desde al menos la segunda guerra mundial, momento en el que Estados Unidos se convirtió definitivamente en la primera potencia mundial. Pero los imperios tardan en morir, y más cuando su hegemonía ha durado varios siglos.
Seguramente Europa aún tardará en dejar de ser Europa, pero el camino ya está trazado. Sigue teniendo el mayor PIB del mundo por delante de EEUU y China, pero los modelos de protección social (Estado del bienestar), su mayor virtud, ya están empezando a perderse en el tiempo. No estamos frente a un proceso reversible: hay comodidades que se fueron para no volver.
Y a pesar de todo, sigue habiendo espacio para las explicaciones sencillas. En un sentido amplio, los ciclos están en el ADN de la Historia. China ya fue la primera potencia mundial hasta 1820. Pero la Revolución Industrial lo cambió todo y entonces fue el turno de Occidente: primero Europa y después Estados Unidos. Ahora estamos viviendo el mismo proceso a la inversa. Cambio de ciclo y nueva hegemonía. En términos históricos, lo que está pasando es normal. Y si buscamos una explicación económica, la respuesta puede volver a ser bastante sencilla. No sólo estamos endeudados por varias generaciones, el principal problema es que la riqueza se va a empezar a producir en otros sitios porque son más competitivos que nosotros.
Dicho esto, es lógico que Alemania (siempre Alemania) pueda resistir algo más ya que su industria sigue estando a la cabeza mundial. ¿Pero cuanto tardarán chinos, indonesios, coreanos o indios en ser una alternativa más eficaz? El tiempo que haga falta, pero llegará. La pregunta es... ¿Y qué pasa con España? Nuestro país aún no ha tocado fondo y cuando lo haga ni habrá recuperación espectacular ni se volverá a los niveles previos de bienestar por las razones que hemos dicho.
Seguramente Europa aún tardará en dejar de ser Europa, pero el camino ya está trazado. Sigue teniendo el mayor PIB del mundo por delante de EEUU y China, pero los modelos de protección social (Estado del bienestar), su mayor virtud, ya están empezando a perderse en el tiempo. No estamos frente a un proceso reversible: hay comodidades que se fueron para no volver.
Y a pesar de todo, sigue habiendo espacio para las explicaciones sencillas. En un sentido amplio, los ciclos están en el ADN de la Historia. China ya fue la primera potencia mundial hasta 1820. Pero la Revolución Industrial lo cambió todo y entonces fue el turno de Occidente: primero Europa y después Estados Unidos. Ahora estamos viviendo el mismo proceso a la inversa. Cambio de ciclo y nueva hegemonía. En términos históricos, lo que está pasando es normal. Y si buscamos una explicación económica, la respuesta puede volver a ser bastante sencilla. No sólo estamos endeudados por varias generaciones, el principal problema es que la riqueza se va a empezar a producir en otros sitios porque son más competitivos que nosotros.
Dicho esto, es lógico que Alemania (siempre Alemania) pueda resistir algo más ya que su industria sigue estando a la cabeza mundial. ¿Pero cuanto tardarán chinos, indonesios, coreanos o indios en ser una alternativa más eficaz? El tiempo que haga falta, pero llegará. La pregunta es... ¿Y qué pasa con España? Nuestro país aún no ha tocado fondo y cuando lo haga ni habrá recuperación espectacular ni se volverá a los niveles previos de bienestar por las razones que hemos dicho.
A estas alturas de la partida, nos preguntamos qué balance puede hacerse en España tras casi cuarenta años de democracia y un crecimiento espectacular en términos económicos y de bienestar. Nuestro país pasó de estar en vías de desarrollo a formar parte de las principales instituciones del mundo, tener una seguridad social envidiable, una educación obligatoria y un gran número de universitarios, infrastructuras de primer nivel o una renta per cápita que nos ha situado en el lado amable del mundo y que nos ha permitido viajar, tener coche(s), a veces una segunda vivienda, etc.
A pesar de todo, creemos que lo más triste de esta historia es la respuesta a la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que no pudo ser? Porque si bien hay cosas que no se pueden evitar, sí pudimos haber aprovechado cuatro décadas de esplendor para ser en un país mucho mejor. España nunca se convirtió en un país culto: recuerden que una persona con ingresos bajos de cualquier país escandinavo gasta al año más dinero en cultura que un rico español. Los españoles no han sido realmente exigentes con sus políticos. ¿Cómo es posible que Camps volviese a ganar unas elecciones? ¿Cómo es posible que aún no tengamos una Ley de Transparencia como cualquier país avanzado? ¿Qué pasa con el Senado? Tampoco hemos llegado nunca a alcanzar el pleno empleo. Ni resultados brillantes en educación o en cultura. Ahí están los informes PISA, las sucesivas leyes de Educación y el cine español. No estuvimos en primera línea en innovación. Y nuestra industria nunca fue referente. Tampoco logramos acabar con la picaresca, el fraude fiscal, el desdén hacia las normas o la España del Vuelva usted mañana.
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